miércoles, 15 de julio de 2015

“Volver”



¿Oyen eso?... ¿No?... Es el silencio, el sonido del vacío a mí alrededor. Un aire estancado que sin oler, apesta. El solo hecho de buscar retraerme en las sombras ante el abrasador fuego de la cruel e impasible mirada ajena, resulta tan lamentable como necesario. Hastiado de tanto caminar sin rumbo, cansado de volver una y otra vez la vista hacia atrás, con la esperanza de encontrar las miguitas de pan que antes me llevaban por un camino de baldosas amarillas devorado por la pérdida, la falta de previsión, las malas decisiones y, por qué no decirlo, del dulce beso de quien dice adorar tus miedos, y cuando llega el momento de la verdad, lo dulce se convierte en ácido sulfúrico que te corroe con falsos reproches, para justificar ante la conciencia una estampida cual bisonte asustado.

Y la ayuda…esa falsa ayuda que busca no dejarte salir del agujero, escenificando con manos untadas en aceite un resbalón disimulado que no te permita escapar de las tinieblas y seguir obteniendo réditos de tu desgracia.
Dicen que al perro flaco todo se le vuelven pulgas. Qué razón más grande, pues hasta la más insospechada de las criaturas es capaz de intentar levantar su autoestima buceando en el interior de tus ojos, mientras busca el horizonte de otra mirada opuesta y congelada que permanecerá, pero que nunca estará.
La vida tiene estas cosas y aprender de ello es lo más inteligente, ya que derivar culpas es la excusa de los mediocres, de los llorones sin autocrítica a sus propios errores, o dicho con otra definición tan fea como certera, de “los mierdas”. Y no, quiero pensar que ese no es mi rol…

Sin embargo, puede que convenga más alinearse de otro lado, por oscuro que sea, pues quizás y solo quizás, sea el camino más directo para encontrar las miguitas de pan de aquel camino esplendoroso, haciendo bueno el vetusto dicho que pregona que “el fin justifica los medios”.
Mientras divago, rumiando todo esto adentrándome en esos insondables y oscuros túneles de conciencia buscando la manera de iluminarlos, continúo serrando unas amarras cada vez más deshilachadas, pues ya se acerca a pasos agigantados ese día en que sea liberado del dolor invisible que ellas me infligen, tras lo cual mi mirada felina volverá a rugir con la fiereza de quien fue torturado y herido de muerte… y sobrevivió.

Pepe Gallego

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