domingo, 29 de marzo de 2015

"Un futuro incierto"


Respiro hondo al contemplar la maravilla tecnológica que me rodea. La cabeza aún me da vueltas de un modo parecido al momento en que uno se baja de una atracción ferial, donde predomina la velocidad y los constantes loopings. La sensación es de fatiga y desequilibrio, pero todo comienza a disiparse ante mi sorpresa. 
Dios mío, ¿tanto hemos evolucionado?, ¿acaso mi obsesión por culminar mis logros me han apartado en demasía de la realidad en el exterior del laboratorio? No puede ser, me habría percatado de ello, alguien me hubiese puesto al tanto de semejantes prodigios. Estas dudas corretean por mi cerebro, pero lo cierto es que me siento obnubilado ante un mundo que parece resplandecer a mi alrededor. Coches levitando a un palmo del suelo que circulan sin la manipulación de su conductor, pues este va leyendo distraídamente una especie de pantalla, como el holograma de un periódico.

Observo que las tiendas carecen de puerta física, pues han sido sustituidas por una pared semi-translúcida de color azulado que parece chequear a los clientes al entrar y salir del establecimiento.
Supongo que debo tener una expresión absurda en el rostro, pues todas las personas que pasan cerca me miran con curiosidad, como si observaran a un loco o al protagonista de un número circense. No sé si será por mi fascinada faz o bien por la vestimenta, pues continúo con mi jersey de cuello alto y la bata blanca.
El caso es que no he movido un pie desde que comenzara a visionar el entorno donde sorpresivamente me encuentro. Imagino que el miedo a lo desconocido también jugará un papel importante en todo ello.
¡Vaya!, hay algo que no ha cambiado. Un perro, al otro lado de la calle, defeca en la acera. Pero, ¿dónde está el dueño con la pinza y la bolsita para recoger los excrementos? No tiene pinta de perro vagabundo, da la impresión de estar bien cuidado. El perro continúa su marcha tan campante y nadie repara en él ni en la suciedad que ha dejado.

De repente, un ruido de baja intensidad, algo así como el sonido que emite un camión dando marcha atrás, parece provenir de esa zona. Tras cinco tonos, la baldosa donde ha hecho sus necesidades el animal, se ilumina de un suave color rojo y los desechos comienzan a desintegrarse. Me doy cuenta de que estoy sonriendo pensando que este sí es un avance importante, sin duda.
Comienza a llover y me refugio bajo la marquesina de una tienda de ropa. Una señora me mira desde la acera de enfrente enarcando las cejas, mientras toca una pulsera de plástico transparente situada en su muñeca izquierda. Automáticamente, un halo translúcido se forma en el aire a un palmo sobre su cabeza actuando a modo de paraguas.
- ¡La virgen santa! - balbuceo para mí completamente alucinado.

Al mirar al otro lado de la calle, veo con satisfacción algo que llama poderosamente mi atención, un hospital. Parece ser que aún tengo trabajo y soy útil. Me dirijo resueltamente hacia allí, pero al cruzar la entrada me invade la tristeza al leer un letrero que indica: “Área de Oncología Infantil”. Al momento sus puertas, que estas sí son físicas, se abren y aparece una camilla que anda sola, aunque una enfermera la acompaña, portando a un chico no mayor de diez años, desprovisto de pelo y cuyos entristecidos ojos me miran al pasar, reflejando una muda llamada de auxilio.
- Lo más importante no ha avanzado - me digo llevándome la mano al rostro.
El aroma del café recién hecho me hace elevar la mirada lentamente buscando su procedencia, e instantes después alguien me agarra por el hombro y me sacude varias veces.
- Pero, ¿cómo es posible? - expreso sorprendido, pues no hay nadie a mi alrededor.
De nuevo la sacudida, y de pronto un giro violento me aleja de manera vertiginosa del lugar, haciéndome cerrar los ojos ante las náuseas que la velocidad me provoca.
Tras un par de segundos, abro los ojos y veo una cara ante mí. Una visión de cabeza rapada y sonrisa dulce.
- Te he preparado café, y si no lo tomas ahora se enfriará. -
El bello rostro de mi esposa me hace sentir a salvo, pues a su lado todo es más bonito y sencillo, menos caótico. Pero también me devuelve a una cruda realidad que supera a mi pesadilla.
- ¿Es descafeinado? - le pregunto al dar el primer sorbo de la taza.
- Sí, claro, como a ti te gusta - me responde sentándose sobre mis piernas y rodeándome con sus delgados brazos.
- Pues si no te importa - le digo besándola y acariciando sus mejillas - hazme café cargado, tengo mucho que trabajar. -
Ella asiente devolviéndome el beso y sale del laboratorio, momento en que la expresión de mi rostro se endurece mirando el artilugio sobre la mesa de trabajo en la que me había quedado dormido. Un aparato que hará de mi futuro un camino de baldosas amarillas o un poso de amargura…el microscopio.

Pepe Gallego

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"Un futuro incierto" por Pepe Gallego se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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