domingo, 11 de agosto de 2013

"Sin aliento" (Capítulo I)

Capítulo.1 - “Decisión crítica”



Por momentos, todo se nublaba a su alrededor. Las distintas luces, las formas de tantas caras de sorprendidos ojos y sonrientes dentaduras. También se amortiguaba el sonido de aplausos, las risas, el crujido de cientos de dientes masticando palomitas de maíz y demás golosinas. Todo parecía ir como a cámara lenta para ella. La visión perdía nitidez, en parte por su maltrecho ojo izquierdo, que ya emitía de manera crónica unas punzadas de un intenso dolor, pero también por una creciente cólera que amenazaba con desbordar todos y cada uno de los centímetros de su poderoso cuerpo. Una inquina hacia quien la maltrató, convirtiendo su respeto e incluso cariño, en odio. Y ese sentimiento estaba tomando tintes de venganza por momentos. Oía su voz, pero ya no se parecía a la de aquel que la crio como un padre. Ahora era la del despiadado ser que desfiguró su rostro, mermando su visión y haciendo que todo un mundo de colores se tiñera de rojo primero y de penumbras después.
No podía soportarlo más y la furia en ella se desató. Él apenas tuvo tiempo de gritar, pero no así el público que la observaba. Todo fue muy rápido, la gente corría horrorizada buscando la salida del recinto, mientras lanzaban agudos alaridos de verdadero terror. Ella estaba fuera de control y ya no iba a parar. El escenario adquirió un violento tono escarlata resaltado por la brillante luz de los focos. Los compañeros que compartían cartel con aquel sanguinolento e inerte tipo, que había dejado de respirar sin perder la expresión de pánico en sus ojos aún abiertos, y que ahora era zarandeado como un muñeco de trapo por aquella poderosa bestia, consiguieron reaccionar y frenar su ímpetu, pero ya era demasiado tarde y la tragedia se había consumado. La dantesca escena llegó a su fin, pero aquello solo era el comienzo de la oscura leyenda de Shelby.



* * * * * *


Eddie se había librado de la helada nocturna gracias al camionero que le recogió en Fairbanks pasadas las diez de la noche, y que le dejó en aquel bar de carretera hacia las cuatro y media de la madrugada, ya que se desviaba en otra dirección para entregar su cargamento.
El muchacho, con buen criterio, permaneció en el bar resguardándose de la suave llovizna tomando café para hacer tiempo, pues económicamente poco más se podía permitir. Mientras vertía el azúcar en la humeante bebida, a través de los amplios ventanales del bar observó el exterior del mismo en cuyas planicies se agolpaban, perfectamente alineados, un par de decenas de camiones, casi todos grandes tráiler modulares. En la mayoría de ellos eran visibles las habituales cortinillas instaladas por los propios camioneros, para dormitar las pocas horas de que disponían antes de afrontar otro montón de fatigosos kilómetros de conducción. Volvió la cabeza hacia el interior para pedir educadamente a la camarera si podía quedarse un rato más hasta que dejara de llover, y posteriormente continuar su camino hacia Anchorage, localidad para la que le faltaban unos sesenta o setenta kilómetros. La camarera, sin dejar de mascar chicle, accedió con indiferencia, pues estaba concentrada en el canal de noticias de la televisión al igual que un par de clientes que había en el local, con los que comentaba ocasionalmente algún que otro suceso. Uno de ellos, un cincuentón de aspecto desaliñado y tosco, le echaba una ojeada de vez en cuando a Eddie, pero pronto volvía a encarar el aparato receptor.

Cuando las manecillas de su reloj de pulsera marcaban las seis y media, se asomó para observar que efectivamente había dejado de chispear, mientras una capa de baja niebla emergía de entre los árboles circundantes a la carretera, inundando el entorno con sus densas lenguas blanquecinas.
Tras subir la cremallera de la chaqueta y dar las gracias a la camarera, que sin desviar la mirada del televisor le contestó que volviese cuando quisiera, pertrechó la mochila a hombros de su ancha y fornida espalda, se ajustó la gorra azul de los Detroit Lions a su rapada cabeza, y salió al exterior para notar en su negro rostro la fría brisa de una noche cuyo ocaso estaba cercano.
Comenzó a caminar por los lindes de la carretera, envuelta en una oscuridad tan solo atravesada por la escasa luz de la luna. Esta se colaba entre los cedros amarillos que bordeaban el asfalto marcando el límite entre civilización y naturaleza. A Eddie le resultaba curioso ver los jirones de niebla arremolinándose entre sus pies, como si de oleadas de hielo seco de una discoteca ochentera se tratara. El aire que inspiraba por sus fosas nasales era gélido aunque de una pureza evidente, debido a la cercanía con las plantas, árboles y demás flora conurbana. 
Tras un buen rato andando, en el que tan solo le acompañaban el crujir del alquitrán bajo sus botas y los sonidos de la vida animal que pululaba por la vegetación colindante, hizo acto de aparición el despuntar del alba de aquella fría mañana de finales de septiembre en la bella Alaska, y el chico se sorprendió al observar en su reloj que llevaba alrededor de una hora caminando, cuando le parecía que apenas habían pasado unos minutos desde que estaba tomando café en el bar. Continuó adelante, y cuando los albores del día ya bañaban el paisaje matando con ello la oscuridad reinante hasta el momento, una camioneta pick-up de color negro surgió a su espalda rompiendo la frágil niebla que tímidamente adornaba ya la carretera, con el estruendo de una canción country de Kris Kristofferson resonando en su radio. Al pasar a su altura Eddie alzó el pulgar, pero la camioneta siguió adelante haciendo caso omiso. El joven, como tantas otras veces, bajó la mano con resignación y continuó andando, pero para su sorpresa, unos sesenta metros más adelante la camioneta aminoró su velocidad hasta detenerse en el arcén. La esperanza creció en el chico y aligeró el paso hasta llegar a la altura de la pick-up. Por la ventanilla del copiloto asomó un hombre joven y delgado que debía rondar los veinticinco años, aunque su cuarteado rostro le hacía parecer mayor, y en cuya cabeza portaba un gorro de estilo cowboy de cuero. Se dirigió jovialmente a Eddie.
- ¡Eh, chico!, ¿hacia dónde vas? - preguntó tras limpiarse con el dorso de la mano izquierda las blancas boqueras resecas que adornaban la comisura de sus labios.
- Voy a Anchorage. -
- Si quieres, te podemos acercar hasta allí esta tarde. Antes vamos a parar en el este de la ciudad, en el Parque Chugach a hacer nuestra barbacoa anual antes de que llegue la primera nevada seria. -
- Si no tienes prisa ni eres vegetariano, puedes unirte al festín - añadió asomándose el conductor con media sonrisa, un tipo rubio de grandes y vivaces ojos celestes, que lucía un pelado muy corto y cuadrado a lo militar, y un bigote de herradura que rodeaba su boca.
A Eddie se le abrieron los ojos como platos, porque su presupuesto estaba prácticamente agotado y llevaba varios días alimentándose con latas de conserva que había ido racionando con cuidado. Además, aunque llegase un poco más tarde, se ahorraría la caminata hasta Anchorage.
- Sí, claro, cómo no - accedió el muchacho de raza negra.
- Soy TJ - dijo el del gorro de cowboy estrechándole la mano - y este es Chazz - añadió con un gesto de cabeza hacia el conductor, que le saludó giñándole un ojo.
- Yo soy Eddie. Gracias por recogerme, me esperaba un buen paseo hasta la ciudad. -
- De nada Eddie, estaréis algo apretados, pero sube atrás con los chicos - le indicó TJ.
- Yo no soy un chico - la femenina voz, con tono seco, llegó desde el asiento de atrás.
- Sí, bueno, también viene Brandi. -
La ventanilla de la puerta trasera derecha se abrió hasta la mitad, y un oscuro escupitajo surcó el aire en dirección a la cuneta. La mirada de repulsión de Eddie recorrió la distancia entre la flema, la ventanilla de cristales tintados que se volvía a cerrar y finalmente se posó en TJ.
- Masca tabaco - dijo rápidamente este observando la cara interrogativa del autoestopista.
Tras titubear un instante, Eddie fue hacia esa puerta, la abrió y observó en su interior a tres personas. La primera de ellas la muchacha, escuálida y de piel muy blanca, facciones “pajarescas” con sus finos labios, nariz aguileña y pequeños ojos verdes de expresión dura. El castaño pelo lo llevaba recogido en una cola corta. Le tendió la mano y Eddie pudo notar que, a pesar de su aparente fragilidad, su huesuda mano apretaba con un poderío físico impropio de una mujer de su complexión. Al montarse y cerrar la puerta, Eddie se sorprendió al ver junto a la mujer el rostro del siguiente ocupante. Era el tipo de aspecto tosco y desaliñado que vio en el bar de carretera.
- ¡Eh!, usted estaba en el bar de carretera. -
- Soy Marvin - dijo el cincuentón estrechando su mano a Eddie - y sí, estaba en ese bar. Tú eres el chico del café, ¿cierto? -
- Exacto, no se le escapa a usted una. -
- Pues no, no se me escapa una - y sonrió levemente desviando la mirada.
Y el que menos contrastaba del grupo era el que estaba pegado a la otra puerta lateral. Sus facciones no dejaban lugar a dudas. La tez aceitunada, el largo y liso pelo azabache, su nariz curvada y los profundos ojos negros, delataban su raza Amerindia o de Nativo Americano, controversia en la que convergen los antropólogos. En cualquier caso, lo que viene siendo un indio americano.
- Eddie - dijo el muchacho alargando el brazo. El indio observó la mano, luego al chico y con un ligero asentimiento de cabeza, dijo:
- Dyami. -
Eddie, con cara de circunstancias, retrajo la mano y miró al frente.
Para tratar de distender la conversación, el más dicharachero de todos, TJ, se volvió desde su asiento delantero y preguntó:
- ¿De dónde eres, Eddie? - este se señaló la gorra de los Detroit Lions.
- Ya, debí suponerlo, ¿y qué te trae por estos lares? -
- El desempleo, ¿verdad Eddie? - dijo Chazz mirándole a través del retrovisor - son malos tiempos para la ciudad del motor, chico. -
- Sí, supongo que sí. -
- En estos momentos de crisis económica, muchas personas de otros estados están emigrando hacia aquí pensando que encontrarán un trabajo y una manera de comenzar de nuevo. -
- Sí, demasiadas - intervino con tono de reproche y contrariedad Brandi. Eddie la miró de reojo y observó que aún se le veían los dientes ennegrecidos del tabaco de mascar.
- No seas borde Bran, recuerda que Eddie es nuestro invitado - dijo sonriendo Chazz, siempre echando un vistazo a través del retrovisor.
- No soy borde, solo digo la verdad. Alaska, y más concretamente Anchorage, está cada vez más llena de forasteros. -
- No le hagas caso Eddie - dijo TJ - ese tabaco que masca le está afectando al cerebro.
- ¡Calla idiota! - protestó Brandi golpeándole el gorro de cowboy hacia adelante.
- ¡Ehh! -
- Parecéis críos - comentó negando con la cabeza Marvin.


Durante un buen rato, la conversación fue inexistente y tan solo la música country que emitía la radio, rompía el silencio. Eddie, cansado de una noche tan larga, se quedó dormido con el traqueteo de la furgoneta. El claxon de un coche le hizo despertar justo a tiempo para ver una bulliciosa fila de vehículos que accedían hacia el bosque. Se frotó los ojos y vio que se trataba de la entrada al Parque Estatal de las Montañas Chugach, pero la camioneta no detuvo su avance y pasó de largo.
- ¿No era esa la entrada? - preguntó Eddie.
- Sí, para los turistas que vienen a conocer el parque con una visita guiada, a hacer barbacoas con la comida comprada, etc…sí - y ante la mirada de sorpresa de Eddie, Chazz continuó hablando - ¡tranquilo, muchacho!, nosotros no necesitamos traer la carne, la cazamos directamente del bosque. Es más fresca, más saludable y - haciendo un paréntesis para mirar a TJ, añadió - ¡por supuesto más barata! -
Todos rieron, hasta Brandi, que sorprendió con una risa de hiena esbozada en esos dientes ennegrecidos, que provocaron en Eddie un sentimiento híbrido entre gracia y repulsión.
- No, chico - prosiguió Chazz - nosotros vamos a una zona más apartada, sin el bullicio de los turistas y donde poder cazar tranquilos y disfrutar de los sonidos que la maravillosa naturaleza de Chugach nos ofrece. -

A los pocos minutos, la camioneta se desvió por un sendero adyacente a la carretera y se fue introduciendo en el paraje, por un camino terrizo que serpenteó varios kilómetros hasta que solo era visible la vegetación del lugar. Llegados a un punto, el camino se abrió a un claro de hierba, y al final del mismo el vehículo maniobró aparcando.
Los seis integrantes fueron bajando. Eddie, cuando reparó en el marco que se presentaba ante él, se quedó extasiado. El tibio sol doraba las copas de los árboles. En el inmediato firme, el terreno se precipitaba ladera abajo copado de vegetación. Pero lo que más impactó al muchacho fue el paisaje que se dibujaba al frente. Una conjunción de verdes praderas, depresiones formadas por ríos a lo lejos y como colofón las colosales montañas, parcialmente blanquecinas de nieve, dominándolo todo como un Dios impertérrito.
Sin darse cuenta, la boca del chico se había abierto ante magna visión.
- ¡Eh,tío!, se te ha quedado cara de idiota, parece que te haya dado una insolación - dijo riéndose TJ señalándole con el dedo.
- No es para menos - intervino Chazz rodeándole el hombro con el brazo mientras le preguntaba - no estarás acostumbrado a ver esto en Detroit, ¿verdad? -
- No, desde luego que no. Es impresionante. -
- Sí, es un lugar precioso. Además, en esta zona de Anchorage y alrededores, no hace demasiado frío. -
- Eso no me preocupa, en Detroit en invierno siempre estamos bajo cero. Yo he llegado a ver cómo el termómetro alcanzaba menos dieciocho grados. -
- Sí, aquí viene a ser lo mismo, solemos rondar esa cifra, aunque de vez en cuando decae hasta los treinta bajo cero. -
- ¡Fiiiiuuuuu! - silbó Eddie - a veces lo he visto en las noticias, pero pensé que exageraban. -
- Pues no, es cierto. Pero ya te digo que comparado con otras zonas como Fairbanks, donde las temperaturas descienden en invierno hasta los cuarenta y seis grados bajo cero, se podría decir que el clima es suave. -
- ¿En serio? -
- Totalmente. -
- ¡Vaya!, pues yo vengo de allí. Bueno - matizó el muchacho - he estado de paso por allí. -
- ¡Pues te has librado de que se te congelen tus negros huevos, colega!, jaaa,ja,ja,ja,ja - intervino con sorna TJ, a lo que todos rieron, incluso el indio, que estaba desenrollando una lona grande que había bajado de la camioneta con la ayuda de Marvin.
- ¿Qué es eso? - preguntó Eddie aún con media sonrisa y señalando con el dedo.
- No querrás que cacemos la pieza con las manos, ¿verdad? - contestó Chazz.
Dyami acabó de desplegar la tela y Eddie se quedó boquiabierto. Rifles de precisión, varios machetes de considerables dimensiones, cajas de municiones, pistolas, etc…lo que se dice un arsenal teniendo en cuenta que solo eran cinco cazadores.
- ¿Qué es aquella caja negra? - inquirió el muchacho.
- Eso - por primera vez hablaba Dyami - es mi joya de la corona - y abriendo los goznes, en el interior de la caja apareció un reluciente arco de precisión.
- Ya ves, tras tantos años algunos no olvidan sus raíces. Aunque sí es verdad que han evolucionado, porque ese arco no tiene nada que ver con los que usaban tus antepasados para cazar bisontes, ¿verdad águila? - comentó Chazz.
El indio rio negando con la cabeza, mientras revisaba las poleas del arco compuesto y tensaba el artilugio a su gusto.
- ¿Águila?, ¿es por su buena visión afinando la puntería? -
- Bien podría ser por eso, pero no. Es el significado indio de su nombre. ¿A que le viene como anillo al dedo? -
- ¡Joder! - se sorprendió Eddie - ¿eso es un visor? -
- Ajá - afirmó Dyami colocándoselo en el ojo y añadiendo - para verte mejor, Caperucita. -
- Y hasta silenciador tiene, ¡menudo cabrón! - comentó TJ.
- Ya dije que era mi joya de la corona. -
Todos fueron cogiendo sus armas, comprobándolas y pertrechando sus bolsillos de munición. Al ver que no reparaban en él, Eddie preguntó:
- ¿A mí no me dais una? -
Todos detuvieron su actividad y le miraron simultáneamente.
- ¿Un arma? - le cuestionó Chazz prosiguiendo - ¿eres cazador?, ¿tienes licencia?-
- No. -
- Entonces, no puedes llevarla, sería ilegal. -
- Pero, ¿y si aparece un oso grizzli?, tendré que defenderme, ¿no? Y no creo que el oso me demande por no tener licencia. -
- ¿Habéis oído?, ¡un oso dice! - y los cinco cazadores estallaron en carcajadas.
- Venga sí, podéis reíros del chico de ciudad, JA, JA y JA. -
- ¡Eh!, no te enfades, amigo - contestó Chazz mientras las risas se iban aplacando - nos reímos porque no hay osos grizzli en esta zona, están profundizando más en el valle, donde la vegetación es más espesa, cerca de los estuarios de los ríos donde puedan cazar salmones, en la parte baja de la montaña, donde ya hay nieve, etc…- Chazz levantó el pesado rifle con una mano, un fabuloso Weatherby 340, se lo colocó bocarriba apoyado en el hombro y continuó - además, tú aquí no vienes a cazar. -
- Ya lo sé, soy solo un invitado a vuestra barbacoa y no tengo licencia, ya me lo has dicho - se impacientó Eddie - tan solo era por sentirme más seguro. -
- Me parece que no lo has entendido, muchacho - dijo entonces Marvin, mientras TJ, Brandi y el indio levantaban sus rifles apuntándole, al tiempo que Chazz, con la crueldad dibujada en el rostro, sacaba su Magnum calibre 44 y sentenciaba apoyándoselo a Eddie en la sien - tú aquí has venido a ser cazado.

(CONTINUARÁ...)

Pepe Gallego
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"Sin aliento" (Capítulo.1 - "Decisión crítica" por Pepe Gallego se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

10 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el relato, está muy bien situado y el giro final es... uff!!! ¿Para cuando el siguiente capítulo? Espero que pronto.

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  2. Muchas gracias, Maguita. Mañana a lo más tardar pasado, espero tener colgado el siguiente capítulo :D

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  3. Jajaja, tienes razón. Ayer tuve un contratiempo y no pude hacer nada. Pero entre esta noche y mañana estará disponible, jeje.

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  4. Esta historia promete...
    Bajo mi punto de vista, has elegido el marco perfecto donde, supongo, se desarrollará la mayor parte de la trama.
    El argumento me resulta atractivo e interesante, y por el título deduzco que la acción, la aventura, la intriga y el suspense, estarán presentes a lo largo de todo el relato.
    Has sabido presentarnos a los personajes de un modo natural, empleando el diálogo entre ellos como medio para darnos a conocer algunos aspectos de su personalidad, y a través de la narración vas completando sus perfiles indicando las diferentes características físicas que posee cada uno.

    Un excelente trabajo de documentación, que junto con unas estupendas ilustraciones y la amplia diversidad de recursos lingüísticos, complementan y enriquecen sin duda el contenido del texto.

    Tess.

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  5. No tengo palabras para agradecerte un análisis tan completo. Espero no defraudar y conseguir con este relato un buen sabor de boca como con el anterior que hice por capítulos, "Oculto en las palabras"...ya con eso me daría por satisfecho...
    Muchas gracias, Tess!

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  6. Mola. Parece que como si estuviera viendo Alaska. Muy buenas descripciones. Voy a por el siguiente capitulo.

    Soy JGigan.

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  7. Gracias fenómeno. Me gusta documentarme un poco sobre las cosas, ya sea historia, localizaciones, etc...antes de comenzar a escribir. Ya me ocurrió con "Oculto en las palabras", que se desarrolla en un entorno real en cuyo interior ocurrieron sucesos que luego se entrelazan con la trama que ideé para el relato.

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  8. La última frase y yo... nos llevamos muy mal

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