jueves, 20 de diciembre de 2012

"Oculto en las palabras" (Capítulo II)



Cap.2 - “La Orden Negra”


El hombre acercó su enguantada mano lentamente al pomo. Cuando la hubo depositado en él, echó un vistazo atrás a los chicos, volvió a encarar la puerta, respiró hondo y giró a la derecha, pero la puerta no se abrió. Tampoco girando a la izquierda. Forcejeó con ella echando su peso encima de la recia puerta labrada en caoba, pero esta no cedió un ápice. En ese instante, aquel chirrido ensordecedor volvió a retumbar tan fuerte que todos tuvieron que taparse los oídos. Atónitos, vieron como la larga aguja del minutero del reloj alcanzaba el doce, mientras la más corta que señalaba las horas, se quedaba situada justo en el centro del ocho.
Reaccionando antes que ninguno, Thyra, con la cara desencajada, echó a andar a paso ligero hacia la escalera.
- ¡Ve tras ella, es peligroso que deambule sola por el castillo! - le dijo el hombre a Philippe, que acató la orden y se marchó raudo tras su novia, seguido por Claude y Adele. Lory aún permanecía con las manos en los oídos y mirando con los ojos muy abiertos hacia la esfera del reloj.
- ¿Estás bien? - Lory giró los ojos hacia la izquierda y pudo ver por primera vez de cerca el pálido y joven rostro de aquel hombre. Sus pequeños y vivaces ojos color caramelo esperaban la respuesta de Lory. Tras unos segundos mirándole, ella asintió con la cabeza al tiempo que bajaba las manos destapándose los oídos.
- Vamos con los demás - le convino, y echando a andar con paso firme hacia la escalera, añadió - no me gustaría que hubiese un accidente estando yo aquí.


Thyra había llegado al último escalón de abajo y Philippe la alcanzó en pocos segundos diciéndole:
- ¡Eh,eh, para!...¿adónde vas? -
- Me largo. -
- ¿Te largas?... ¿adónde, al bosque?... ¿de noche? -
Thyra se paró en seco girándose hacia su novio y le dijo:
- ¡Escúchame bien!, tú has visto igual que yo cómo se movía ese reloj - y abriendo las manos añadió - ¡y hasta daba la hora exacta! -
- Sí, ¿y qué?, es un reloj viejo que funciona, antiguamente estos chismes se hacían para que durasen lo máximo posible. -
- ¡Pero si está completamente oxidado!, por el amor de Dios, ¿no te das cuenta de que eso no es normal? -
- ¡Joder, sí, es raro que funcione!, pero aparte de que el castillo esté oscuro y ruinoso, sigue siendo un lugar mejor para pasar la noche que el bosque, ¿no? -
Thyra bajó la mirada serenándose y comprendiendo que quizás Philippe tuviese razón.
- Está bien, pero cuando amanezca nos vamos. -
- ¡Claro!...yo tampoco quiero pasarme la vida aquí dentro. Además - y Philippe comenzó a sonreír agarrando por la cintura a Thyra - en el hotel tenemos un lugar mejor para… ¿dormir?...vale, digámosle dormir. -
- Eres tonto - dijo Thyra sonriendo y besándolo. Una ráfaga de viento les llegó desde su izquierda haciéndoles mirar a ambos. El aire había salido desde una estancia extraña, como una alcoba de bajos techos ornamentados en rojo.
- No vuelvas a marcharte sin mí, ¡me oyes! - era Claude quien llegaba a su altura señalándole con el dedo, mientras Adele le seguía intentando agarrarle por el brazo.
- Tranquilo Claude, ya se ha calmado - le dijo Philippe, que vio como Thyra se soltaba de sus brazos y entraba a la habitación ignorando a su hermano. Observó que a la derecha de la misma, incrustada en la pared, había una chimenea.
- Mira, ya tienes un lugar donde hacer el fuego. Nos quedaremos justamente aquí a pasar la noche. -
- No creo que esa chimenea sirva, seguramente esté atascada - dijo la voz del hombre, que había llegado a su altura acompañado de Lory, que portaba su mochila a la espalda y la de Thyra, que con las prisas se la había dejado arriba, y ahora se la tendía ante el agradecimiento de esta.
- Solo hay una manera de comprobar si es así o no - dijo Claude encendiendo la linterna y metiendo la cabeza por el hueco de la chimenea mirando hacia arriba.
- No veo nada, pero el tiro no es recto, por lo que es probable que esté abierto aunque no llegue luz - y tras decir aquello, sacó de su mochila un estuche de tela, lo abrió y extrajo un mechero y pastillas inflamables.
Dando un paso al frente, el tipo se dirigió a todos:
- Escuchadme bien. Voy a permitiros pasar aquí la noche, pero mañana a primera hora quiero que os larguéis de inmediato. -
- Oiga, ¿quién es usted para decirnos lo que debemos o no hacer? - preguntó Philippe.
- Soy Malek, quien cuida de este lugar para que vándalos como tú no entren a curiosear. Así que lo dicho, mañana a primera hora, os largáis. -
- Tranquilo amigo, nos iremos - dijo Philippe, a lo que el hombre contestó:
- Por supuesto que os iréis, yo mismo me encargaré de que así sea porque me voy a quedar esta noche con vosotros. -
- ¡¡¡Qué!!! - replicó incrédulo Philippe - ¡oiga no es necesario, nos iremos igualmente! -
- ¡Cállate!, que de ti es de quien menos me fío, parte-paredes…- Lory tuvo que disimular su sonrisa desviando la mirada hacia otro lado.


* * * * * *


Unas barritas energéticas les habían servido de cena al grupo, pues Claude había insistido en que las llevaran junto con una manta como medida de precaución en caso de tener que pasar la noche en algún lugar, pues él ya intuía que la visita al castillo podía alargarse. Adele, que era más golosa, además de hacerle caso, hizo acopio de chocolatinas, degustando en aquellos momentos una de ellas. Tumbados en el suelo cerca de la chimenea, que parecía funcionar perfectamente y en cuyo interior las llamas crepitaban sin dificultad, comenzaban a romper el hielo con Malek.
- Oye Malek - era Claude quien hablaba - ¿eras tú quien vi en un recodo del camino cuando veníamos hacia aquí? -
- Sí, era yo. -
- ¿Y por qué no nos detuviste entonces? -
- Veréis. Antes mi forma de actuar era esa, ahuyentar a los curiosos. Pero la gente tiende a saltarse las normas y advertencias, sobre todo cuando son prohibitivas, y siempre acaban buscando la manera de burlar mi vigilancia para llegar igualmente al castillo - y arqueando las cejas añadió - así que tomé la determinación de actuar únicamente en caso de vandalismo, y la verdad es que salvo excepciones, que ya habréis podido observar en algunos grafitis que la gente ha dejado o bien algunas latas y restos de comida, la mayoría suele sacar fotos hasta que ven el estado ruinoso del castillo, por lo que acaban marchándose. De todas maneras yo tampoco puedo estar pendiente las veinticuatro horas del día. -
- ¿Y por qué las autoridades no lo restauran?...podrían sacar una buena tajada económica convirtiéndolo en lugar visitable y al mismo tiempo estarían salvando un palacio - preguntó Adele.
- Las autoridades ya se ofrecieron a ello, pero como ya os dije antes, el castillo es propiedad privada y sus dueños no quieren donarlo ni venderlo. La verdad es que entendería su postura si al menos lo restauraran para usarlo o alquilarlo, pero es una pena que no hagan nada al respecto y dejen que el castillo se desmorone poco a poco. -
- ¿Y a quién pertenece la propiedad? - preguntó Lory, vivamente interesada.
- Pues verás - comenzó a decir Malek - concretamente el nombre de este lugar es el Castillo de Miranda, como bien sabréis porque no creo que hayáis llegado hasta aquí de casualidad - todos miraron a Claude que lo corroboró asintiendo con la cabeza - y su historia se remonta a la revolución francesa. Cuando un conde… - 
- El Conde Liedekerke-Beaufort - apuntó Claude. - Exacto, veo que estás puesto en el tema - observó Malek, y Claude, al ver que todos apuntaban sus miradas hacia él, añadió - ¡Qué queréis!, estuve recabando información antes de venir…para algo está internet - y tras concluir la frase, Malek continuó. 
- Pues como iba diciendo, aquel conde tuvo que abandonar junto a su familia la residencia donde vivía, el Castillo de Véves, para esconderse de las represalias del populacho. Así llegaron hasta una granja junto a Celles, en la que esperaron a que pasara la revolución, y decidieron quedarse definitivamente instalados en ella, no sin antes reconvertirla en castillo. Fue un arquitecto inglés…- 
- ¡Milner! - volvió a apuntar Claude, que ante la mirada reprobadora de todos, dijo - Vale, me callo - e hizo un gesto como si cerrara una cremallera en su boca. Malek prosiguió. 
- Ese arquitecto inglés acabó por convertirla en la mansión que hoy es en 1866, pasando a llamarse Castillo de Miranda, así que supongo que sus propietarios deben ser descendientes de aquel conde. - 
- ¿Supones?... ¿No lo sabes y trabajas para ellos? - preguntó con el ceño fruncido Thyra. - 
- No tengo por qué saberlo, me limito a hacer mi labor que ya es bastante. Además, yo trabajo a través de una subcontrata, a ellos no les he visto nunca. - 
- Entonces - intervino Adele retomando el hilo - ¿todo el tiempo hasta su abandono, han vivido aquí generaciones de esa familia? - 
- No, el palacio ha pasado por muchas fases - contestó Malek. - Por eso preguntaba, porque he visto una habitación con sillas de colegio y una pizarra. - 
- Sí, hubo un tiempo en que esto fue un orfanato. Varias habitaciones son, o mejor dicho eran, clases. Pero aparte del orfanato, ha habido otras ocupaciones en el castillo. Por ejemplo, durante la segunda guerra mundial, hubo un breve periodo de tiempo en que la ocupación nazi lo utilizó como cuartel de operaciones, desde el que lanzaron ofensivas a holandeses y franceses.-


- Aún hay más - comentó Claude. 
- ¿Más?... ¡Vaya!, pues sí que tiene historia el castillo - dijo visiblemente sorprendida Thyra. 
- Así es… ¿Quiéres continuar tú? - invitó con un gesto Malek a Claude. 
- No, continúa, es que creí que habías terminado - contestó Claude justificando su nueva interrupción. Pero antes de que Malek pudiese continuar, el silencio del castillo que tan solo era roto por la conversación del grupo o por las quejas que generaba el propio castillo a través de crujidos de madera, de ráfagas de viento que se colaba silbando por rendijas, ventanas y pasadizos, se volvió a romper con un nuevo chirrido proveniente de la torre. 
- Las nueve - dijo Adele volviéndole a enseñar la pantalla de su móvil a los demás. 
- Dios, ese chirrido no deja de darme escalofríos…no me explico cómo puede seguir funcionando ese condenado reloj - decía Thyra instantes antes de que Lory preguntara a Malek retomando la conversación anterior: 
- ¿Y en qué momento fue esto un orfanato? - 
- Pues poco antes del incendio. - 
- ¿Incendio? - 
- Sí, por ello el castillo se encuentra abandonado desde 1990, porque un incendio dejó muy tocadas las estructuras del edificio. Posteriormente a ese abandono, la falta de mantenimiento y cuidados y la acción del tiempo, lo han llevado al lamentable estado en el que se encuentra ahora mismo. Aparte de los saqueadores y los vándalos, que como habréis observado, no solo han robado prácticamente todo lo que había, sino que algunos se han dedicado a partir ventanas. ¡Y debieron entretenerse un buen rato!, porque si no recuerdo mal, cuando me dieron el trabajo me comentaron que el castillo tenía unas quinientas cincuenta ventanas, ¡nada menos! - 
- Entonces, si esto fue un orfanato poco antes de ser abandonado, ¿qué ocurrió aquí entre la ocupación nazi y esa fecha? - volvió a preguntar Lory. 
- Pues tengo entendido que a finales de los años cincuenta - y Malek hizo una pausa mirando a Claude buscando el dato exacto que seguramente sabría, limitándose el chico a asentir con la cabeza y decir - Cincuenta y ocho - Malek continuó - la compañía ferroviaria comenzó a utilizar el lugar como destino vacacional para los hijos de sus empleados, algo así como un campamento de verano. Después de eso se utilizó como instalaciones deportivas, no sé si habréis visto las pistas en el exterior - todos negaron con la cabeza o se encogieron de hombros - ya veo que no… Pues sí, fue emplazamiento deportivo durante los años setenta, para posteriormente convertirse en orfanato, como ya os dije antes. -



- Es una historia interesante - dijo Lory, a lo que Malek contestó señalando con la cabeza hacia Philippe. 
- No para él - y cuando todos volvieron la mirada hacia el chico, este dormía profundamente con la cabeza apoyada en el regazo de Thyra, e incluso lo hacía con la boca abierta. La risa de todos truncó el sueño del chico, que despertó sobresaltado diciendo: 
- ¡Los nazis!, ¡los nazis! - y al ver a todos riendo, dijo aturdido: - ¿Me he perdido algo? - 
- Sí, creo que un poco de tus babas, ¡puaaaagg! - contestó Thyra limpiándose el pantalón con un pañuelo de papel. 


- Bueno Claude - empezó a decir Malek dirigiéndose al muchacho - yo no tengo nada más que añadir… ¿hay algo más que sepas de este lugar o que yo me haya dejado en el tintero? - 
- Sí Claude, cuando estábamos llegando al castillo, nos dijiste que nos contarías los sucesos que en él acaecieron… ¿a qué sucesos te referías, a los que ha contado Malek? - preguntó Adele. Tras respirar hondo, Claude contestó: 
- Pues veréis, es una historia algo inquietante. -
- No nos irás a contar una historia de un niño del orfanato que murió en el incendio y su fantasma deambula por los pasillos del castillo, ¿verdad?… porque sería tan evidente que hasta daría pena más que miedo - dijo con sorna Philippe haciendo reír a todos. 
- No - contestó Claude sonriendo antes de recuperar la seriedad - esto que os voy a contar viene a colación de la ocupación nazi que antes explicaba Malek. A ver, será mejor que empiece por el principio - y al decir esto captó la total atención de todos que le miraban ávidos de conocer la historia.
- Los nazis, como bien sabréis por muchas películas y documentales que habréis visto, tenían un vivo interés no solo por conocer otras culturas y deidades, sino también por todo lo relacionado con el ocultismo, la astrología y en definitiva, todo lo que conllevara de trasfondo el tema esotérico. Bien. Pues eso llegó derivado por la creencia que tenían de que su raza, la llamada raza aria, provenía de los dioses que poblaban la legendaria Atlántida, y por tanto, tenían claro que al ser primigenias debían reinar sobre el resto de razas, recuperando esa hegemonía que a su juicio les pertenecía. Pues esa creencia, que era especialmente intensa en los altos círculos de la sociedad nacionalsocialista y que tanto Hitler como sus lugartenientes creían firmemente, llegó a convertirse en una orden, La Orden Negra. - 
- ¡Joder!, solo el nombre ya acojona - comentó Philippe. 
- Ya te digo, tío - corroboró Claude antes de proseguir diciendo - su fundador fue el jefe de las SS, Heinrich Himmler. - 
- ¿Ese no era el que llevó a cabo el genocidio judío en los campos de concentración? - preguntó con convicción Malek. - 
- Sí, y no solo los exterminaba, sino que mandó experimentar con ellos y hacer todo tipo de atrocidades con judíos, gitanos, polacos, comunistas, homosexuales, enfermos mentales y hasta testigos de Jehová o gente de la masonería. Todo aquel que supusiese algo contrario a sus creencias o supusiese un obstáculo a las mismas. Vamos, en pocas palabras, lo que se dice un auténtico hijo de puta - y tras hacer una pausa, prosiguió - pero me estoy desviando del tema. El caso es que ese tío se interesaba por todo aquello que tuviera relación con el ocultismo, y no solo organizó expediciones por todo el mundo buscando raíces y vestigios de la raza aria, sino que también buscaba objetos ancestrales o de poder. Y claro, para ello necesitaba tener extendida una red de - y colocando unas comillas imaginarias con las manos, dijo - "sucursales" de su Orden Negra. - 
- Y supongo que aquí también tuvo una, ¿verdad? - apostilló Lory. 
- Eso es. El supervisor del despacho de la Orden Negra en este castillo era un científico llamado Wolfgang Schlaudraff, y cuentan que era un fanático del ocultismo y el esoterismo hasta tal punto, que cuando comenzó a estudiar y experimentar con la Ouija, cambió sus hábitos. Al parecer, primeramente estudiaba su funcionamiento y efectos con otros tres colaboradores, pero estos fueron declinando participar en las sesiones porque, según se dijo oficialmente, tenían otras tareas y misiones que atender. - 
- Pero extraoficialmente era que se estaban cagando de miedo, ¿no? - era Philippe, como siempre, el que con su observación rompía la seriedad del momento haciéndoles reír a todos, incluído Claude, que aun así continuó. - 
- Sí, parece ser que el tal Schlaudraff pasó del estudio a la obsesión y, o bien fue eso, o bien fue algo que ocurrió en alguna sesión que logró intimidar a sus colaboradores, el caso es que le dejaron solo. Pero a él no le importó y su dedicación era tal que ya, como dije antes, incluso cambió sus hábitos. Todos los días, de manera metódica, a las diez de la noche se introducía en su despacho cerrando con llave, y no volvía a salir hasta que comenzaba a amanecer, momento en que se sentaba a escribir las experiencias ocurridas en esas noches. Al principio lo hacía a modo de informe, pero cuando sus colaboradores rehusaron continuar, trasladó la parte que consideraba más importante de los mismos a un diario en el que recogía, supuestamente, todas sus sensaciones y vivencias acaecidas con la Ouija. Posteriormente, dedicaba el resto de la mañana a atender el resto de casos que su posición requerían, para dormir por las tardes hasta que entraba la noche y volvía a empezar.



Como podréis suponer, el trastorno que ese nuevo hábito causó en su estado físico fue inmediato. En apenas un par de meses, dicen que el pelo se le salpicó con abundantes canas y su peso bajó hasta dejarle en un estado casi famélico. - A esas alturas de lo que estaba contando Claude, todos le escuchaban con interés y se habían ido acomodando cada vez más cerca entorno a él. El calor de la chimenea era reconfortante e inundaba la estancia al igual que la luz que proyectaban las llamas sobre ella, logrando una atmósfera perfecta para la historia que Claude relataba. - Pero un día, Wolfgang tardaba en salir de la habitación, pues ya había amanecido y la puerta continuaba cerrada. Sus colaboradores, extrañados, fueron a mirar en sus aposentos pero estos permanecían inmaculados, lo que dejaba claro que aún no había pasado por allí. Temiéndose lo peor, llamaron tímidamente a la puerta, pues Schlaudraff había sido tajante al avisar de no ser molestado en sus sesiones, pero viendo que el científico no contestaba, comenzaron a preocuparse, así que tomaron la determinación de abrir la puerta con la llave maestra que tenía el coronel Hoffman, el oficial a cargo del recinto. Pero antes de que pudieran introducir la llave, la puerta se abrió de súbito. Todos dieron un paso atrás al ver la faz desencajada y fantasmagórica de Schlaudraff. El interior de sus ojos, córnea incluida, era completamente negro. El pelo, sin embargo, lo tenía totalmente blanco, ¿cómo era posible que se le hubiese cubierto la cabeza completamente de canas en una sola noche? - 
- Como María Antonieta - dijo Adele, cosa que corroboraron asintiendo con la cabeza Thyra y Lory. 
- Su faz transmitía una crueldad terrible, - prosiguió Claude - y comenzó a avanzar lento pero con paso firme hacia sus compañeros. Uli, uno de ellos, se acercó a preguntarle si se encontraba bien, pero no le dio tiempo a terminar la frase, pues con un movimiento raudo Schlaudraff, o aquello en lo que se había convertido, le agarró del cuello y estrujó su garganta como si fuese papel de aluminio. Al ver esto, el coronel Hoffman sacó su Parabellum de la cartuchera y apuntó a Wolfgang instándole a que soltara inmediatamente el ya moribundo cuerpo de Uli. Lejos de hacerlo, Schlaudraff sonrió al oír la amenaza del coronel y, desoyendo la advertencia, lanzó el cuerpo contra sus, hasta aquel día, compañeros. El coronel, al ver que el sujeto caminaba inexorablemente hacia sus colegas de la Orden, que trataban de incorporarse tras haber sido derribados por el impacto del cuerpo de Uli, abrió fuego sobre el cuerpo de Schlaudraff impactando en su espalda haciéndolo tambalearse, pero este se giró con furia e hizo ademán de irse a por el coronel, sin que este le diera oportunidad alguna descerrajándole otros seis tiros más entre pecho y abdomen, dejando un séptimo para colocárselo en plena frente. Dicen que cuando examinaron el cuerpo, los ojos aunque vidriosos, habían vuelto a recuperar su aspecto habitual. Nadie sabe qué le ocurrió a Wolfgang aquella noche, ni tampoco se sabe nada sobre lo que escribió en su diario, pues nunca fue encontrado. - 
- Pues quien lo encuentre se va a forrar, tío - comentó Philippe. 
- Si es que existe tal diario, cosa que dudo al igual de la credibilidad de la historia - convino Malek. - 


En ese instante, de nuevo el chirrido resonó en el castillo, pero esta vez fue seguido por un ruido metálico, como si encajaran piezas de un engranaje o algo parecido. 
- ¿Qué ha sido eso?, no ha sonado como antes - expresó Thyra, a lo que respondió Malek. 
- Iré a echar un vistazo, no os mováis de aquí. - 
- ¡Y un huevo tío!, yo voy contigo a ver - dijo Philippe, a lo que se agregó también Claude. 
- Pues yo no me quedo aquí - dijo inmediatamente Lory, sumándose Adele y Thyra poniéndose en pie de un salto. 
- Está bien, iremos todos, dejad las mochilas y traeros solo lo indispensable, las linternas. Pero eso sí, pisad donde yo pise y no quiero tonterías por el castillo. Solo me faltaba que alguno de vosotros se desgraciara estando yo presente, cuando se supone que debo echaros de aquí. - 
Todos caminaron en dirección a la escalera de caracol oxidada que conducía a la parte superior de la torre. 
- Tengo los gemelos como piedras de tanto subir escalones - se quejó Lory. 
- No me extraña, cincuenta y seis metros de torre dan para ello. Además, ¿a quién se le ocurre venir de excursión con esas botas de gótica que pesan un quintal? - dijo Claude burlándose de ella, que con voz cansina y el aliento entrecortado, contestó:
- Cá…llate, Claude…ufff! - 
Cuando alcanzaron de nuevo la sala de la maquinaria del reloj, Malek se paró en seco delante de la escalera. Al ser interrogado e increpado por los demás para que les dejara paso, giró la cabeza y preguntó: 
- Claude, en la historia que nos has contado antes, ¿a qué hora decías que el tal Wolfgang entraba a hacer sus sesiones de Ouija? -
- A las diez de la noche, ¿por qué? - y tras Malek tomar aire, se apartó diciendo: 
- Porque creo que os vais a acojonar - y haciendo oscilar la linterna de la esfera del reloj a la puerta que previamente permanecía cerrada, los chicos entendieron lo que ocurría. El reloj marcaba las diez, y la puerta estaba abierta.


(CONTINUARÁ...)

Pepe Gallego

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jueves, 13 de diciembre de 2012

"Oculto en las palabras" (Capítulo I)


Un palacio abandonado, una inquietante leyenda.
A veces la curiosidad atraviesa barreras que desencadenan fatales consecuencias...algo oculto acecha...


“Oculto en las palabras”

Capítulo 1 - “El castillo de Noisy”






Con su brazo izquierdo, Claude apartaba las ramas que continuamente se cruzaban en su camino. La lluvia caída durante la noche dificultaba el avance, pues el habitual terreno arenoso endurecido por las bajas temperaturas, había dado paso a un resbaladizo firme que arremolinaba barro alrededor de las botas de los cinco adolescentes. La humedad del ambiente había subido unos grados la temperatura, pero aún hacía mucho frío.




- Estoy cansada y aterida de frío… ¡Tú y tu estúpida idea de visitar este sitio! - se quejó Thyra enfadada, de cuya boca emanaban con cada palabra densas ráfagas de vaho - y encima nos está cogiendo la noche, ¡lo que nos faltaba! -.
- Tranquila hermanita, pronto llegaremos, haremos un fuego y entrarás en calor - respondió Claude sin dejar de avanzar.
- ¡Yo no quiero un fuego, yo quiero la calefacción del hotel! - dijo fastidiada la chica de largo y sedoso pelo castaño, mientras se ajustaba las asas de la mochila a los hombros.
- Vamos Thyra, se trataba de hacer algo de turismo rural por nuestra amada Bélgica - dijo Adele avanzando hasta ponerse a su altura echándole el brazo por encima del hombro.
- Eso, hazle caso a Adele…ella sabe lo que dice - habló Claude girando la cabeza y cruzando brevemente la mirada con la chica.
- ¡Eh Claude!, yo también estaba de acuerdo con el plan de visitar nuestra tierra, pero pensaba hacerlo de un modo menos trabajoso.
- ¡No seas pelota, Philippe!...eso solo lo dices porque lo ha dicho mi hermana.
- Claro…es que me gusta - dijo Philippe guiñándole un ojo a Thyra que le sonreía.
La única que se limitaba a observar el entorno y que permanecía callada al final de la avanzadilla era Lory, que en ese momento se desempañaba los cristales de sus gafas negras de pasta. Sí, oía la conversación pero sin prestar demasiada atención pues prefería seguir mirando aquel bello bosque, tornado gris y lúgubre en ese instante.


Empezaba a oscurecer y las penumbras ya dominaban las copas de los árboles, pronto se haría de noche.
De repente, un relámpago iluminó brevemente el lugar precediendo un par de segundos al trueno, lo que hacía indicar que una nueva tormenta no debía estar lejos.
Claude frenó en seco.
- ¿Qué ocurre, te da miedo la tormenta? - preguntó Thyra burlonamente. Su hermano no contestó, siguió escrutando las sombras de un recodo de la arboleda que quedaba a unos quince metros más adelante a la derecha.
- Me ha parecido ver a alguien ahí de pie - dijo Claude sin apartar la vista del recodo.
- No creo que nadie sea tan idiota como para adentrarse en este bosque, a esta hora y con este tiempo. Solo nosotros - comentó Philippe.
Un nuevo relámpago les sacó de dudas pues el lugar permanecía tan desierto como lo había estado toda la tarde.
- Ha debido ser un efecto óptico. Sigamos - dijo Claude volviendo a reanudar la marcha.
Comenzó a lloviznar y todos elevaron los gorros de sus respectivos chubasqueros, no sin oír refunfuñar a Thyra que cada vez demostraba más su enfado con Claude.
Atravesaron el recodo a la derecha y anduvieron otros quince minutos hasta girar por una desviación hacia la izquierda. Claude observó que el camino se tornaba más amplio y menos barroso, así que avanzó algo más rápido por el mismo y se detuvo ante lo que parecía ser una explanada. La oscuridad ya era prácticamente total, así que decidió detenerse en aquel punto y sacar la linterna de su mochila. Apenas se la había descolgado del hombro, cuando un relámpago les dejó ver aquella enorme masa predominando la explanada. Todos quedaron en silencio, abrumados ante la impresionante visión de aquella estructura que, anclada en mitad de ese lugar ocultado por los árboles y a la siniestra luz de un nuevo relámpago, parecía sacada de un fantasmagórico cuento de los hermanos Grimm.



- Vaya Claude…al final has conseguido encontrarlo - dijo Philippe sin desviar la vista de la negra silueta que se recortaba ante ellos en la oscuridad, y que fue atravesada por el haz de luz proyectado en ese instante por la linterna focal de Claude, yéndose a posar de inmediato en la majestuosa torre que presidía el recinto. Sin apartar la mirada del lugar por el cual desplazaba la blanquecina luz, se dirigió a sus compañeros.
- Sí, aquí tenéis el impresionante Castillo de Noisy, aunque es más bien un palacio fortificado y no lo que imaginamos como un castillo medieval propiamente dicho. Pero sí, es una pequeña pero no menos interesante parte de nuestra historia - e hizo una pausa antes de añadir resueltamente - luego quizás os la cuente y los sucesos que en él acaecieron - y colgándose la mochila de nuevo al hombro, comenzó a avanzar hacia el camino que serpenteaba hacia la entrada del castillo, seguido por el resto del grupo que sin articular palabra se limitaban a observar dónde golpeaba la luz de la linterna de Claude. 


Conforme avanzaban hacia el palacio, iban percatándose del decrépito estado del mismo. Mientras Claude explicaba a sus compañeros que llevaba más de dos décadas abandonado, Lory miraba en derredor porque tenía la sensación de que algo o alguien la observaba, aunque era consciente de que era muy probable que el conjunto perfecto que aunaba lugar y ambiente, hiciese que la sugestión estuviera jugando un papel importante en sus sensaciones. Aún así, no dejaba de estar alerta e iban recorriendo cada punto que lindaba los árboles con la explanada con esos grandes y celestes ojos claros como una mañana de primavera, siempre con su contorno pintado de negro, haciendo juego con su pelo teñido de azabache y contrastando con su pálida piel. Todo formaba en ella junto a sus ropajes negros, la imagen de gótica que llevaba a gala.
Como era de prever, la puerta del castillo estaba cerrada a cal y canto, así que fueron siguiendo la fachada hacia la izquierda hasta encontrar la primera ventana baja, cuyos cristales estaban hechos añicos. Uno a uno se fueron aupando para entrar y una vez dentro comprendieron la rotura de la ventana, porque el antaño esplendoroso palacio daba síntomas inequívocos de haber sido expoliado por lo ladrones hasta convertirlo en una triste sombra de lo que fue. Había lugares en los que la pared reflejaba el hueco dejado por algún tapiz que seguramente estaría rulando por el mercado negro o siendo subastado por internet. Se notaban las marcas de muebles que ya no estaban, aparte de que todas las ventanas que iban observando estaban rotas, probablemente a conciencia, dejando entrar el relente exterior, cuya acción había erosionado y deteriorado enormemente el interior del palacio.
- Tened cuidado donde pisáis - observó Claude a los demás al ver el estado ruinoso que parecía destilar el recinto. Adele sacó de inmediato su cámara réflex comprada para la ocasión, y comenzó a sacar fotos de cada rincón de la estancia por la que habían entrado. Salieron por una esquina de la misma y bajaron unas escaleras que desembocaban en lo que parecía ser una planta sótano, llegando a lo que en su día fue la cocina. Era bastante amplia y aún permanecían en ella las hornillas donde se cocinaba, aunque lógicamente en un estado precario.
Todos iban haciendo comentarios de lo que veían, sobre todo Adele que estaba entusiasmada con las fotos que iba sacando.
- Subamos de nuevo, me gustaría ver la parte alta de la torre - comentó Claude, a lo que su hermana replicó.
- No creo que sea buena idea, si aquí abajo hemos visto lo mal que está toda la estructura, no me quiero imaginar la zona de arriba. -
- Tranquila, iremos con cuidado…además, no he venido hasta aquí para perderme la mejor parte. Seguro que Adele podrá sacar unas fotos impresionantes desde allá arriba - dijo Claude guiñándole un ojo a la chica, que sonriendo se atusó la larga cabellera rizada pelirroja, que asomaba bajo el gorro de lana azul que envolvía su cabeza. Thyra, que miraba a ambos bajo el resplandor de los haces de luces de las linternas que todos habían sacado, excepto Adele que portaba la cámara fotográfica, comentó con fastidio:
- ¡Por Dios!, enrollaos de una vez…parecéis colegiales - y ante sus palabras, la vergüenza asomó al rostro de Adele, cuyas mejillas se enrojecieron de inmediato. Pero la divertida situación cambió drásticamente cuando un ruido ensordecedor, como si arrastraran un mueble gigantesco, resonó en el palacio. Parecía provenir de la parte alta de la torre. Todos quedaron en silencio, con los ojos muy abiertos y oscilando la mirada de unos a otros. Tras unos segundos, fue Philippe quien habló:
- Deberíamos salir de aquí abajo. -
- Quizás solo haya sido una puerta abatida por el viento - agregó Claude tratando de calmar a los demás.
- A mí me ha sonado metálico, como si arrastraran algo, no me ha sonado a una puerta. Además, ha sonado demasiado fuerte - contradijo Lory, a lo que Adele respondió.
- Bueno, no olvides que esto es enorme y los ruidos se amplifican por el eco. -



Claude se giró y comenzó a deshacer el camino andado, saliendo de la cocina y atravesando los corredores que conducían otra vez a la primera planta. Al subir las escaleras y llegar de nuevo a la estancia por la que entraron, el atronador ruido volvió a retumbar en todo el castillo helando la sangre de los cinco chicos, que quedaron paralizados. Philippe fue el primero en reaccionar y avanzó con su linterna hacia la puerta de la derecha de la sala. Todos le siguieron y quedaron impresionados al ver los vestigios de lo que en su día debió ser un espectacular salón principal, de cuyo lateral partía la majestuosa escalinata de piedra que debía llevar a la segunda planta. Permanecer en un lugar más amplio pareció dar cierta seguridad a los jóvenes. Allí la luminosidad creció. Extrañamente no había ni rastro de la tormenta. Quizás los vientos la habían ralentizado o desviado, pero la verdad es que ya no lloviznaba y por los ventanales laterales entraba la luz de la luna, que se había abierto hueco entre girones de grisáceas nubes y cuyo efecto aún siendo más sobrecogedor que bonito, al menos permitía ver medianamente bien sin tener que depender de la luz de las linternas. Claude fue decididamente hacia la escalinata y apoyó con cuidado el pie en el primer escalón. Parecía que aún conservaba la firmeza suficiente, así que con un gesto invitó a los demás a seguirle, esquivando trozos de sedimentos acumulados en ella provenientes de la propia baranda, de la pared e incluso de plantas superiores. Todos titubearon si seguirle o no, excepto Lory, que apagó su linterna y se encaminó resuelta hacia la escalera. Al verla, los demás la siguieron a pesar de sus reticencias.
A medida que iban subiendo, notaban las corrientes de aire frío que atravesaban el edificio, no solo por encontrarse completamente vacío, sino también por el estado precario de las diferentes salas, en las que se podían ver muros completamente derribados o techos agujereados por el desmoronamiento de alguna escalera que una vez debiera existir, pero que ahora solo era un montón de tablones desplomados en el suelo. Vieron una sala que debió servir como clase, pues aún tenía algunas sillas de colegio rotas o quemadas, y una pizarra que contenía mensajes de todo tipo escritos a tiza por la gente que, posiblemente al igual que ellos habían curioseado el lugar. Frases de todo tipo, desde la típica “yo estuve aquí”, pasando por corazones flechados de algunos enamorados, o incluso otra muy curiosa que decía “Salvad Noisy”, en una especie de alegato para que el edificio fuese rescatado antes de su total derrumbe, cosa que no tardaría en llegar viendo lo deteriorada que estaba la estructura interior. En algunas zonas el suelo crujía como si se fuese a romper en cualquier momento, en otras estancias ni siquiera había suelo, incluso había zonas del castillo inaccesibles por lo derruido del lugar. Desde fuera, la estructura aunque decrépita por su abandono, parecía estar en buenas condiciones a pesar del paso del tiempo, pero por dentro daba signos evidentes de encontrarse muy dañada. Sin embargo, el saqueo de los ladrones no había hecho mella en los altos techos, que aún mantenían algo deteriorada pero intacta su elaborada orfebrería. En unos, con tonos rojizos y dorados, en otros con arcos ojivales en azul cobalto de una finura y belleza exquisita. Adele enfocó la cámara hacia uno de ellos y disparó su flash. El resplandor luminoso devolvió una amalgama de chillidos agudos, para que acto seguido un violento aleteo barriera la estancia sobrevolando las cabezas de los jóvenes, que asustados vieron cómo una bandada de murciélagos salían por los ventanales en todas direcciones.
Adele aún gritaba en un rincón cuando ya se habían marchado, y al ser enfocada por la linterna de Claude, pudieron ver que un murciélago furioso seguía agarrado a su gorro mientras Adele daba manotazos diciendo:
- ¡Quitádmelo, por Dios! - pero no dejaba de manotear y los demás eran incapaces de espantar al murciélago que chillaba enloquecido revoloteando en su cabeza. Finalmente la propia Adele acertó a quitarse el gorro y lo lanzó por la ventana con murciélago incluido. Este, lejos de caer, batió con dificultad sus alas y se alejó en la noche volando irregularmente con el gorro todavía enganchado a una de sus patas.
Adele, con el susto aún en el rostro y con su rojizo pelo rizado totalmente revuelto, era observada por los demás, especialmente por Claude, que sonreía levemente.
- ¡No te rías! - dijo Adele visiblemente molesta, y bajando el tono de su voz desvió la mirada y añadió - no tiene gracia. -
Claude, aun sonriendo, se acercó a ella, agarró su barbilla y, girando su rostro hacia él, la besó en los labios ante la sorpresa de todos. Por supuesto, Philippe no se pudo limitar a observar y comenzó a aplaudir y silbar, lo que hizo reír a todos los demás, incluidos los protagonistas de la escena.
- Venga “tortolitos”, sigamos subiendo que la parte alta de la torre no debe estar lejos - dijo Philippe y los demás le siguieron. 


Ante la imposibilidad de continuar por la escalinata principal, pues en su parte alta se encontraba ya tan deteriorada que impedía el paso, fueron atravesando diferentes pasillos y estancias hasta que divisaron una escalera metálica de caracol muy oxidada. Era estrecha, así que subieron en fila india yendo delante Philippe seguido de Thyra, Lory, Claude y Adele. Al llegar arriba, casi sin aliento tras no pocos tramos de escaleras, Philippe no se equivocó. Ante ellos aparecieron unas ruedas dentadas, tuercas, ejes y demás artefactos oxidados, que componían la maquinaria del reloj de la torre.
- Pues descubierto el misterio - comenzó a decir Claude - esto debió ser el ruido que pudimos oír antes. -
- No puede ser, esta maquinaria está oxidada, seguro que no funciona - observó Thyra.
- Sí, mira, las manecillas del reloj indican las cinco y diez - dijo Philippe.
- No Philippe, estás mirando la esfera desde detrás - le espetó Lory - el frente de la misma da a la parte exterior de la torre, así que la hora que indica es… las ocho menos diez. -
- Pues es mucha casualidad o el reloj está en hora - dijo Adele, que había encendido la pantalla de su móvil y se la enseñaba a los demás.
Philippe, se despojó de la pesada mochila y estiró los cargados riñones. Acto seguido, mientras Adele sacaba fotos de todos los ángulos de la maquinaria y los demás curioseaban por la estancia, se sentó en el suelo y apoyó la espalda en una deteriorada pared enladrillada. Miró a su derecha y observó que a un par de palmos, la pared tenía acumulado en el suelo un montoncito de arena, probablemente de las juntas de los ladrillos que apenas podían con el peso de aquel tabique. Más por aburrimiento que por curiosidad, comenzó a rascar con el dedo índice de su mano derecha la junta de uno de aquellos ladrillos que comenzó a desmoronarse con facilidad. Casi sin esfuerzo, el dedo se le hundió en la junta y lo sacó rápidamente con desconfianza y giró la cabeza hacia atrás buscando la mirada de Thyra, que era la única que había reparado en lo que hacía su novio. Sin apenas pedírselo más que con los ojos, la chica se acercó y le dio la linterna, pues Philippe había guardado la suya en la mochila al llegar a la sala, que estaba muy iluminada por la luz de la luna que atravesaba la esfera del reloj.
Philippe accionó la linterna y miró dentro del agujero.
- Pero… ¿qué coño es eso? -
- ¿Qué ocurre cariño?, ¿qué ves? -
- No sé, parece como si hubiese madera o algo así detrás - dijo Philippe sin dejar de mirar dentro.
- ¿Madera?... ¿estás seguro? - para cuando Thyra dijo eso, el resto del grupo ya se había percatado del hecho y comenzaban a arremolinarse a su lado observando a Philippe.
- No lo sé, pero esta pared debe estar hueca porque por el agujero noto que sale una corriente de aire…es extraño - y levantándose mientras se ajustaba el pantalón a la cintura, se echó hacia atrás y levantó el pie.
- ¿Qué vas a hacer? - preguntó Thyra.
- ¿A ti qué te parece? - y golpeó con la planta del pie la pared, que se estremeció violentamente y dejó caer abundante arena de una alta cantidad de juntas de los ladrillos. Philippe volvió a golpear con más fuerza la pared, que se volvió a combar dejando caer aún más arena.
- No creo que debas hacer eso, esto es una propiedad privada - la voz surgió tras ellos pillándoles a todos por sorpresa, pero solo podían ver una silueta que se recortaba tras el gran foco de la linterna que les apuntaba a la cara.
- ¡Baja esa linterna, joder!... ¿quién eres? - preguntó Claude al desconocido, mientras con la mano trataba de amortiguar el efecto de la intensa luz en su rostro para poder atisbar algo.
Tras unos segundos, la firme voz de hombre tras la linterna, contestó:
- ¿Quién soy yo?... no… ¿quiénes sois vosotros?... no deberíais estar aquí.
- Mire señor - comenzó a excusarse con voz trémula Adele - no queremos causar problemas, solo estábamos haciendo turismo rural y hemos venido a visitar el castillo. -
- Sí, a visitarlo y destrozarlo, por lo que veo - replicó la voz.
- Como si hubiera mucho que salvar, tío…está todo en ruinas - dijo con sarcasmo Philippe.
Un crujido hizo a todos girar sobre sus talones para mirar en la dirección donde se encontraba Philippe. Thyra, con un movimiento raudo, le agarró del brazo y tiró de él hacia sí un segundo antes de que la pared de ladrillo se desplomara. Cuando la nube de polvo se hubo disipado, quedaron boquiabiertos. La poderosa luz del desconocido dejó de apuntar a la cara de los chicos, centrándose en el agujero dejado por parte de la pared desplomada. Comenzó a avanzar entre ellos hasta colocarse junto a Philippe.
- ¡Joder lo sabía!... ¡sabía que había algo ahí detrás! - dijo con entusiasmo Philippe.
- ¡Cállate idiota! - le dijo Thyra enfadada y golpeándole con el reverso de la mano en el brazo.
- Sí, ¡cállate idiota! - dijo el tipo antes de que Philippe pudiera quejarse.
El tipo, al que ahora todos podían ver, era alto y robusto, quizás de metro ochenta y cinco de estatura, pero era joven, mucho más de lo que indicaba la firmeza de su voz, puede que dos o tres años mayor que ellos, pero no más.
Sin embargo, él centraba su atención en el agujero al que seguía enfocando su potente linterna. No había duda, su pomo lacado, aunque polvoriento, aun brillaba. Era una puerta.

(CONTINUARÁ…)

Pepe Gallego

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