miércoles, 15 de junio de 2011

La Dama de Blanco


Oía, lejano, un goteo incesante. Miró lentamente a su izquierda y palpó con la mano la pared. Podía tratar de aferrarse a ella para levantarse, pero una extraña sensación de cansancio y desgana, que nunca antes había experimentado, le embargaba. Dejó caer el brazo con pesadez y giró de nuevo la cabeza hacia la derecha. Creyó distinguir algo blanco que se acercaba pausadamente, sin prisas pero inexorable hacia él. Intentó distinguir qué era aquello pero lo veía demasiado borroso. Forzó la vista aun más mientras intentaba incorporarse con el codo, pero las fuerzas le flaqueaban. La figura estaba cada vez más próxima y comenzó a ser menos difusa. Era una dama vestida con un traje de raso blanco y con larga cabellera azabache. Cuando apenas se encontraba a unos metros comenzaron a dilucidarse sus rasgos. ¡Parecía ser muy bella!, y le sonreía con una mirada sincera, de ternura.

-Hola - , le dijo la dama de blanco sonriendo.- No temas hijo mío, nada malo te aguarda.-
El rítmico y continuo goteo repicaba como unas campanas de catedral en su cabeza. La voz de la mujer sonaba distante pero a la vez cálida. Él cerró los ojos intentando comprender qué le ocurría, por qué no tenía fuerzas para levantarse, por qué veía la visión de aquella dama de blanco.

Cuando volvió a abrir los ojos, la hermosa mujer se encontraba a su lado y pudo ver el precioso rostro de su madre, pero no como la recordaba en sus últimos días. Ella era joven, quizás en el mejor momento de su vida, y alargaba lentamente la mano hacia él. No sin esfuerzo, siguió con la mirada la mano que fue a posarse en su muñeca, y entonces comprendió lo que le sucedía. Un denso río de color escarlata serpenteaba entre las juntas de las baldosas. El goteo que caía desde sus dedos al suelo era la turbadora visión de la sangre que se escapaba de su muñeca, pero no era la causa del golpeteo incesante que escuchaba. Ese golpeteo eran los latidos de su corazón que cada vez palpitaban a un ritmo más lento.
Una cuchilla de afeitar yacía macabramente en mitad del charco de sangre. No le importó. Alzó la vista para observar a su madre.
- No te vayas.- le dijo- quédate a mi lado.
-Tengo que marchar, hijo.- le sonrió ella mientras le pasaba una mano por el rostro con cariño- y no temas por lo que te ocurre, pues aunque estoy muy enfadada contigo por lo que has hecho, no dejaré que te salgas con la tuya en esta ocasión. - 
Y al decir esto, él la miró y le contestó con las pocas fuerzas que aun le quedaban:
- No me importa lo que me pase - sonrió levemente- porque he podido verte por última vez.-
Ella sonrió y dándose la vuelta se alejó hacia una luz cegadora que comenzó a brotar en el horizonte.
Él, cerró los ojos aún con la sonrisa en los labios y dejó que las tinieblas le embargaran. Segundos después, unas sirenas llenaron de sonidos la madrugada, esa la que al llegar el alba la vida le había brindado una nueva oportunidad.

Pepe Gallego

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La dama de blanco por Pepe Gallego se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.